El Movimiento de Rearme Naval, la Unión Liberal y la planificación de la Escuadra (1858-1862)

1858
En su discurso de apertura de la legislatura, dirigido a las Cortes el 10 de enero de 1858, Isabel II subraya el carácter eminentemente marítimo y transoceánico de los intereses nacionales. La Reina celebra los progresos del ramo durante la coyuntura anterior e insta a la Cámara a favorecer las políticas de promoción naval.
En aquel momento España cuenta con una flota numerosa, que ha incorporado exitosamente la tracción a vapor. Atendiendo al Estado General de la Armada, su composición a comienzos de 1858 consiste de: 2 navíos de línea, 8 fragatas, 4 corbetas, 9 bergantines, 15 goletas, 4 pailebots, 2 lugres, 3 faluchos y 31 vapores, sumando 940 cañones en total. Sin embargo, su heterogeneidad, carencia de personal cualificado y falta de infraestructuras e industrias navales suficientes le restaban operatividad. La Marina Real sigue rezagada en comparación a sus homólogas europeas.
El 30 de junio de 1858 accede al poder Leopoldo O´Donnell, a la cabeza de su partido, la Unión Liberal. Se inicia el llamado “Gobierno Largo”. Hasta 1863, los unionistas apaciguan las luchas intestinas entre moderados, progresistas y demo-republicanos. La estabilización del régimen político isabelino se sostiene sobre un precario equilibrio entre frentes ideológicos dispares, cuyos consensos se fraguan en torno a la liberalización del comercio, el incentivo de la inversión capitalista extranjera, la construcción ferrocarrilera y una política exterior expansiva e intervencionista.
El 3 de septiembre de 1858 tiene lugar el simulacro naval de Ferrol. Este exhibe ante el público de la Península y ante la propia Reina una flota excéntricamente heterogénea.
Se inicia una campaña parlamentaria en favor del rearme naval y la diplomacia de las cañoneras. La protagoniza un frente multipartidista de diputados provenientes de los emporios exportadores de la Monarquía. De entre ellos destacan Laureano Figuerola y Pedro Puig i Forgas –representantes de Barcelona y Girona–; Eduardo de Miranda –Marqués del Premio Real–, José González de la Vega, Francisco Barca Corral y Francisco Pérez de Grandallana –representantes de Sevilla y Cádiz–; Eusebio Salazar y Mazarredo –diputado por Santander– y Luis Hernández Pinzón, futuro comandante de la Escuadra del Pacífico y representante de Huelva. Entre 1858 y 1860 los representantes insisten en que la Real Armada debe actuar como una suerte de policía extraterritorial que proteja las operaciones de la marina mercante nacional. En muchas ocasiones hacen referencia a la importancia de las repúblicas hispanoamericanas y a la necesidad del uso preventivo de las cañoneras para consolidar la presencia española en sus mercados.
Entre marzo de 1858 y mayo de 1859 las demandas de protección de los españoles residentes en Perú se agolpan en los escritorios de la Secretaría de Estado. Todas las peticiones recurren a unos esquemas narrativos muy similares. El supuesto afectado se presenta como un español industrioso, que con sus actividades mercantiles o productivas contribuye a la prosperidad compartida de Perú y España. Más adelante, se victimiza, explicando un abuso arbitrario por parte de la administración o de algún particular y enfatizando la fragilidad de la legalidad que operaba en la república. Lo verdaderamente interesante es que todas las reclamaciones terminan solicitando el envío de una flota de guerra que le otorgue un respaldo coercitivo a la acción diplomática de la Monarquía, asegurando así el éxito seguro de sus pleitos.
1859-1860
En noviembre de 1859 estalla la guerra entre Perú y Ecuador. Las veleidades tienen lugar debido al intento del gobierno ecuatoriano encabezado por Francisco Robles de entregar a sus acreedores británicos dos territorios –Quijos y Canelos– que de facto pertenecen a Perú. Ramón Castilla declara la guerra y ordena el bloqueo del Guayaquil por parte de la Armada peruana.
Las autoridades, los comerciantes y los vecinos de Guayaquil le solicitan al Cónsul español, Heriberto García Quevedo, que ejerza como mediador. El diplomático se dirige a Lima en el vapor de guerra peruano Tumbes. Llega en julio de 1859 en calidad de agente oficioso. El Comercio de Lima le presenta como un mediador movido por el “más noble interés por la América del Sur (….) siéndonos tanto más grato el paso del ministro español, cuanto que viene á nombre de nuestra madre, la generosa y magnánima España”. Sin embargo, la misión de García de Quevedo fracasa, suponiendo un revés para el prestigio español.
En este contexto, la flota de Perú apresa en 1860 a una barca mercante vasca, la María Julia. Los consulados de España en Quito y Lima tratan de lograr compensaciones, pero estas resultan escuetas y tardías. El evento tiene una resonancia notable en la prensa peninsular. Los diarios alegan que el acontecimiento prueba que la diplomacia española carecería de poder real en aquellas regiones mientras la Real Armada no estuviese presente en el Pacífico, velando por una marina mercante que cada vez tiene mayor protagonismo en esas aguas.
Ante las limitaciones mostradas por la Real Armada durante la expedición franco-española al Reino de Annam (1858) y la guerra de África (1859 y 1860), se inicia una campaña de prensa a favor del rearme naval. Entre 1859 y 1860 los redactores de periódicos ideológicamente tan diversos como La España -del ala conservadora del moderantismo-, El Clamor Público -progresista-, la Gaceta de Marina y la Crónica Naval de España -especializados en asuntos marítimos- abogan por un fomento planificado de la Marina.
En enero de 1860 las ciudades de Sevilla y Barcelona le elevan una propuesta al gobierno según la cual cada provincia costeará, a partir de la suscripción popular, un buque de guerra que le entregaría al gobierno. Entre febrero y marzo de ese año, muchos municipios y diputaciones engrosan la propuesta, que también cuenta con un apoyo notorio de la prensa especializada en la materia, especialmente de la Gaceta de Marina y la Gaceta Militar.
El 1 junio de 1860 los comerciantes, propietarios e industriales de Cádiz le presentan al Congreso de los Diputados una solicitud con el fin de que apruebe un impuesto extraordinario para el fomento de la Real Armada. A lo largo de ese año llegan otras peticiones de localidades cuyo interés en la exportación agropecuaria y la marina mercante era notable, como Puerto Real o el Ferrol.
El 26 de marzo de 1860, ante las presiones del movimiento de rearme naval, el Ministro de Estado, Saturnino Calderón Collantes, le sugiere al Ministro de Marina, Lorenzo Zavala, la planificación de la Escuadra del Pacífico. Le expone las razones que hacen conveniente que la bandera española visite las costas americanas. Propone que los buques destinados a Filipinas hagan su derrota pasando por el cabo de Hornos, recalando en los puertos más importantes de América: Rio de la Plata, Valdivia, Valparaíso, Copiapó, Cobija, el Callao, Guayaquil y otros en Nueva Granada, Centro América y México.
El 22 de junio de 1860 el Ministro de Marina anuncia en el Congreso el próximo envío de una Escuadra que se estacionará en las aguas del Pacífico para defender a los súbditos españoles allí establecidos y para promover la influencia diplomática y comercial de la Monarquía.
1861-1862 (hasta el inicio de la expedición)
Continúa el movimiento de rearme naval en la prensa y el parlamento.
Publicaciones especializadas en materias de política exterior, como La América y La Crónica de Ambos Mundos asocian el crecimiento de la Real Armada y el inminente envío de la Escuadra al renacimiento definitivo de España como potencia inter-hemisférica.
Luis Hernández Pinzón es nombrado comandante en Jefe de la Escuadra. El Ministro de Estado le envía las instrucciones concernientes a la actitud a sostener en los puertos americanos.
El 9 de junio de 1862 tiene lugar la Fiesta Naval de Alicante. Consiste en una naumaquia que tiene como objetivo servir de precedente a la Escuadra del Pacífico, demostrando el poder de las unidades que la componían. Es un éxito entre el público y la prensa.