La decadencia de la Real Armada y el nacimiento del Navalismo liberal (1824-1857)

PRIMER PERÍODO: COLAPSO IMPERIAL, NAVALISMO Y PANHISPANISMO
1824
Los ejércitos del último Virrey de Perú, José de la Serna, son derrotados en los campos de Ayacucho. La Monarquía Católica desaparece virtualmente del continente americano.
1825-1828
Las repúblicas hispanoamericanas logran el reconocimiento formal de las grandes potencias europeas, con las cuales establecen relaciones comerciales y diplomáticas.
El gobierno español, dominado por los absolutistas, intenta lograr sin éxito el apoyo de la Santa Alianza para reconquistar los virreinatos.
1829
El brigadier Isidro Barradas, apoyado por la Corona con los caudales de la Habana, comanda una expedición a México compuesta por un escaso contingente de 4.000 hombres. El general Santa Anna le derrota con facilidad.
Las esperanzas que la Corona albergaba de reconquistar sus viejos dominios en el continente americano se esfuman.
1833
Muere Fernando VII. Designa a su hija, Isabel, como sucesora. La reina María Cristina queda como Regente hasta la mayoría de edad de su hija.
La debilidad de su causa frente a las pretensiones del Infante Don Carlos de acceder al trono conduce a la Regente a aliarse con los liberales.
Los defensores del constitucionalismo liberal regresan tras su largo exilio en Europa y las Américas para hacerse con el control del Estado.
1834-1835
El Estado General de la Armada publicado en 1834 constata la decadencia de la Marina Real, provocada por las guerras napoleónicas, las guerras de independencia en Hispanoamérica y el colapso de la hacienda:

  1. En 1808 la Real Armada contaba con 42 navíos, 30 fragatas, 20 corbetas, 4 jabeques, 15 urcas, 50 bergantines, 4 paquebotes, 38 goletas, 10 balandras y 15 embarcaciones ligeras.
  2. En 1834 los barcos disponibles se habían reducido a 3 navíos, 5 fragatas, 4 corbetas, 8 bergantines, 7 goletas y 8 embarcaciones ligeras.
11 de agosto de 1834: el ministro de Marina, José Vázquez de Figueroa, pone de manifiesto en su interpelación a las Cortes la necesidad de reformar y aumentar la Real Armada para que pueda continuar defendiendo los intereses españoles en el Mediterráneo, Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Las Juntas de Comercio de las principales ciudades peninsulares presionan al gobierno para que las independencias hispanoamericanas sean reconocidas oficialmente y se reanuden los intercambios entre estas y la Península. Tratan de salir de la crisis crónica sobrevenida en el comercio exterior español tras la desintegración de los virreinatos.
El gabinete presidido por Francisco Martínez de la Rosa favorece el establecimiento de negociaciones oficiosas con los representantes diplomáticos de las repúblicas hispanoamericanas.
La Secretaría de Estado y la Sección de Indias del Consejo Real elaboran un informe que pronostica que el reconocimiento de las independencias y la firma de tratados bilaterales facilitará la forja de una comunidad postimperial funcional a los intereses españoles.
La prensa liberal, liderada por El Eco del Comercio, El Español y La Revista Española, sostiene una campaña en favor del reconocimiento y de la creación de una comunidad panhispánica. Los tratados de intelectuales como Pedro Pardo Urquinaona y George Dawson Flinter refuerzan dicho discurso.
1836-1847
En las sesiones de los días 1, 2 y 3 de diciembre de 1836 las Cortes Constituyentes aprueban formalmente el reconocimiento de las independencias hispanoamericanas. Los diputados justifican su decisión a través de una serie de doctrinas que se consolidan como la matriz del panhispanismo liberal:

  1. El mito de la reconciliación postimperial: existe una comunidad de raza, historia y lengua entre España y las repúblicas hispanoamericanas por encima de las contingencias y avatares políticos.
  2. Un eje comercial compensatorio de las rentas virreinales basado en los tratados bilaterales
  3. Objetivos inmediatos: protección de los emigrantes, negociación de la deuda, restituciones territoriales y defensa de las colonias remanentes en el Caribe y Filipinas.
Se produce la firma de Tratados de Paz y Amistad: 1836 México; 1841 Ecuador; 1845 Chile; 1846 Venezuela.
Las dificultades para firmar los tratados con las nuevas repúblicas y para lograr las ventajas comerciales y diplomáticas que se habían previsto para España inspiran una ola de pesimismo postimperial.
El 27 de noviembre de 1838 una Escuadra de la Marina Real Francesa abre fuego contra la Fortaleza de San Juan de Ulúa, en la ciudad de Veracruz. Francia le reclama al gobierno mexicano reparaciones por los daños que habían sufrido sus súbditos en el contexto de sus contiendas civiles. El 9 de marzo de 1839 ambos países firman un Tratado de Paz en el que México se compromete a indemnizar a los franceses. La opinión pública española toma nota de la eficacia de la diplomacia de las cañoneras.
La intelectualidad liberal comienza a defender sistemáticamente que la regeneración geopolítica de España dependería de la reconstrucción y modernización de la Real Armada. Escritores políticos como José Manuel Vadillo, Jorge Lasso de la Vega, Alejandro Oliván, Alejandro Llorente y Fermín Gonzalo Morón sostienen públicamente que la consolidación de la Monarquía como “nación marítima” homologable a los imperios británico y francés era necesaria para recuperar una esfera de influencia en América.
Periódicos como El Español, El Heraldo, El Eco del Comercio, La Gaceta de Madrid, La España Marítima, la Revista de España, Indias, el Extranjero y El Tiempo respaldan las nacientes doctrinas del navalismo y el panhispanismo: el reconocimiento de las repúblicas hispanoamericanas sólo dará frutos cuando las escuadras de la Real Armada acudan a sus puertos, protegiendo a la marina mercante y coaccionando a sus gobiernos para la concesión de ventajas comerciales.
Los gobiernos del Partido Moderado sostienen una política exterior intervencionista, orientada a la restauración del sistema monárquico en Hispanoamérica y al reforzamiento de la influencia española. Ejemplos:

  1. Conspiración Paredes (1845-1846). El gabinete liderado por Martínez de la Rosa y el embajador español en México, Salvador Bermúdez de Castro financian al general Mariano Paredes para que se hiciera con la presidencia y, una vez en ella, proclame rey al infante Don Enrique de Borbón. El intento es un fracaso.
  2. Expedición Flores (1846-1848). La antigua Regente María Cristina y su segundo marido, el Duque de Riánsares -con el beneplácito de líderes moderados como el Duque de Rivas-, apoyan al general Juan José Flores en la organización de una expedición naval destinada a la creación de una monarquía constitucional en Ecuador. De nuevo, el proyecto acaba en un estrepitoso fracaso.
  3. Estación Naval y Negociaciones para el protectorado en Montevideo (1845-1846). En 1845 se establece la Estación Naval del Río de la Plata, con el envío de la fragata Perla y el bergantín Héroe. Estos transportan al Encargado de Negocios en Montevideo, Carlos Creus. El representante de Isabel II acude a mediar en los conflictos civiles que acaecen simultáneamente en la República Oriental de Uruguay y Argentina, enfrentando a unitarios y colorados con federales y blancos. Los perjuicios cotidianos que la guerra hace sufrir a los españoles residentes en aquellos países incitan a Creus a solicitar que el establecimiento de la Estación Naval en Montevideo fuese permanente. Al mismo tiempo, el emisario negocia sin éxito con el gobierno de la República Oriental para la creación de un protectorado monarquista.
1848-1857
En 1848 se publica El Tratado de las Relaciones Internacionales de España. El texto ofrece la transcripción de las lecciones impartidas en el Ateneo de Madrid por el catedrático Facundo Goñi, futuro enviado diplomático de España en Chile, Nicaragua, Costa Rica y Estados Unidos. El Tratado sistematiza las doctrinas del navalismo panhispánico:

  1. La modernización de la Real Armada permitiría la creación de un segundo imperio español, mucho menor que el primero, pero con sus energías reconcentradas y enfocadas en expandir los mercados y la influencia de España por el Mediterráneo, el Atlántico y el Pacífico.
  2. El uso de la Real Armada como elemento de presión diplomática y coerción impulsaría la firma y el cumplimiento de los Tratados postimperiales con las repúblicas hispanoamericanas, permitiendo la penetración de los capitales y productos españoles en sus mercados.
Los Tratados de Paz y Amistad avanzan con lentitud y continúa el pesimismo respecto a la influencia española en Hispanoamérica: 1850 Costa Rica; 1851 Bolivia.
Mariano Roca de Togores, Marqués de Molins, es designado a finales 1847 como Ministro de Marina. En dos etapas, entre 1848 y 1855, formula un proyecto para poner en ejecución las ideas del navalismo, movilizando la conciencia nacional en sentido marítimo y revitalizando los arsenales y la flota española. Durante sus mandatos se logran la modernización de las infraestructuras portuarias de la Monarquía, el aumento drástico de los presupuestos de Marina y la incorporación de unidades a la Real Armada.
Molins responde a las peticiones de Carlos Creus, ordenando el establecimiento de una Estación Naval permanente en el Rio de la Plata. En 1850 las corbetas María Luisa y Mazarredo se instalan en Montevideo con la instrucción de proteger los intereses de los españoles allí afincados.
En adelante la Estación se mantiene a través de reemplazos regulares de los buques surtos en el puerto montevideano. Entre 1850 y 1858 logra cumplir sus objetivos, constituyendo un instrumento disuasorio tenido en cuenta. Su presencia se reveló fundamental en 1858, cuando una nueva guerra civil sobrevenida entre Uruguay y Argentina puso en peligro a varios súbditos españoles que, como era habitual, se habían mezclado en los asuntos políticos de las repúblicas. En este contexto, la corbeta Villa de Bilbao sirvió como un eficaz refugio para estos.
El Ministerio de Marina envía a la corbeta Ferrolana a realizar un viaje de circunnavegación por el globo entre el 5 de octubre de 1849 y el 11 de marzo de 1852. Comandada por José María de Quesada, se detiene en Valparaíso y el Callao, donde fondea el 6 de julio de 1850. La experiencia es positiva. Quesada recibe honores por parte del gobierno peruano.
Tras comprobar las buenas disposiciones del gobierno peruano, aprovechando las informaciones enviadas por Quesada, el gobierno español le solicita al Encargado de Negocios en Quito, Fidencio Bourman, que se trasladase a Lima para hacer avanzar las negociaciones de un Tratado de Comercio y Navegación. Este había permanecido bloqueado por las reticencias de Perú a hacerse cargo del pago de su cuantiosa deuda virreinal.
El gobierno peruano liderado por José Rufino Echenique envía a Joaquín José de Osma, hasta entonces Ministro de Asuntos Exteriores, a negociar un tratado a Madrid. Osma era cuñado del Ministro de Marina que planificaría el envío de la escuadra, el general Lorenzo Zavala. En septiembre de 1853 Osma firma de un Tratado de Comercio y Navegación que parecía iba a colmar las expectativas españolas, sancionando unas bases ventajosas para el pago de la deuda virreinal por parte de Perú y dándole a España el trato de la “nación más favorecida” en materias comerciales.
El Congreso peruano no ratifica el acuerdo. Las autoridades peruanas desconfían de Osma por su parentesco directo con la elite española y por el hecho de que posee valores de la deuda virreinal que, de acuerdo al Tratado, debían ser satisfechos por la hacienda peruana.
El ascenso al poder de Ramón Castilla en 1855 impulsa el envío de un nuevo Encargado de Negocios a Madrid, Mariano Moreira. En España aún se desconoce el rechazo del Tratado por parte del Congreso.
En 1855, el Ministro de Estado español, Lorenzo Zavala, dando por hecho que las relaciones entre España y Perú ya estaban formalizadas, nombra a un Cónsul para que acudiese a Lima. El elegido es José de Jane, que arriba a la antigua capital virreinal aquel mismo año.
Las relaciones hispano-peruanas se encontraron sumidas en una situación extraña: no había un tratado vigente, de modo que la independencia no había sido plenamente reconocida por España. Sin embargo, al enviarse cónsules mutuamente y otorgar a estos el exequatur, los respectivos gobiernos habían oficializado de algún modo sus relaciones.
El Ministerio de Estado comienza a recibir cartas de los españoles afincados en los puertos del Pacífico. En 1857 el gobierno de Narváez trata de resolver sin éxito un turbio conflicto entre una empresa española radicada en el Callao, “Espeleta Hermanos” y la Intendencia de la región. Los dueños de la primera, comerciantes y traficantes de armas, le solicitan al Cónsul español en Lima que les defienda ante las autoridades peruanas. Estas habían retenido un barco propiedad de la empresa alegando que portaba armas destinadas a las fuerzas que se oponían al gobierno. Más adelante, habían ordenado la detención de los dueños de la compañía. En una carta dirigida al Ministro el 26 de agosto, el Cónsul Jane explica que la detención de los miembros de “Espeleta y Hermanos” estaba justificada, por haber estos “introducido en un buque de su propiedad cubierto con la bandera Peruana al General Vivanco que vino de Chile llamado por la ciudad de Arequipa para encabezar la revolución que actualmente aflige a este país”.